El lunes 17 de junio
hacia las 15h45. Aprovechando unos días de vacaciones en Andalucía, me
encontraba visitando tranquilamente la mezquita de Córdoba en compañía
de mi esposa y de mis dos hijos (3 y 4 años), cuando una decena de
policías de paisano se me echaron encima. Fuera, en la calle Torrijos,
nos esperaba un convoy de vehículos camuflados.
Me metieron en uno de
los coches, al lado de tres de mis raptores y del chofer. Mi mujer y mis
dos hijos fueron embarcados a bordo del coche que estaba estacionado
justo detrás. El convoy, compuesto de cuatro vehículos, se puso en
marcha rápidamente bajo la mirada petrificada de los taxistas, los
turistas y de algunas familias rumanas concentrados a la puerta de la
mezquita-catedral.
Unos minutos más tarde, me encontraba en el
despacho de una comisaría de la ciudad. Nueve policías de paisano se
movían alrededor mío. La voz de mi esposa y la de mis hijos me llegaban a
ratos entre el tintineo de los teclados, las preguntas de los
detectives, las conversaciones entre agentes y el registro de mis
efectos personales.
Aunque mis hijos se encontraban en una
habitación adyacente, se me prohibió verles y se me obligó a quedarme
sentado. Tendría que esperar cinco días y mi vuelta a Bruselas para
verles de nuevo, consolarles, tranquilizarles.
El sufrimiento
de ver e imaginar a mis hijos soportar tal violencia psicológica y la
ira que sentía hacia los actores de esa puesta en escena grotesca me
carcomió durante los cuatro días en que fui privado de libertad de forma
arbitraria.
Estaba aún mas encolerizado al saber, al instante
de mi detención, que todo ese guión de cine se debía a la señal de
Interpol lanzada por la Inquisición erdoganiana por mi participación
hace trece años a un abucheo en el Parlamento Europeo de Bruselas.
Por menos de lo que valen unas aceitunas
Mientras los detectives me interrogaban sin demasiada convicción,
dándose cuenta de que su presa no tenía gran interés, una policía vino a
confirmarme que la orden de arresto internacional estaba motivada por
mi acción en el Parlamento Europeo. Añadió que había sido reactivada el
28 de mayo de 2013, es decir sólo unos 20 días antes.
Aquella
famosa manifestación que tantas miserias nos estaba costando a mí y a mi
familia trece años después de su sesión concernía al Ministro de
asuntos extranjeros de la época, el Sr. Ismail Cem.
Resumiendo,
el 28 de noviembre del 2000, el ministro turco había venido a Bruselas
para alabar los progresos de su gobierno en materia de derechos humanos,
en el mismo instante en que miles de prisioneros políticos llevaban a
cabo una huelga de hambre “hasta la muerte” en protesta contra las
torturas de las que eran víctimas.
El gobierno que representaba
el señor Cem se había hecho culpable en especial de las numerosas
masacres de detenidos políticos, en Ulucanlar en septiembre de 1999, en
Burdur en julio del 2000 y en la operación “Diluvio”(Tufan), el 19 de
diciembre del 2000.
El contexto político de la época volvía mi
acción democrática particularmente legítima. Fue, por cierto, reconocida
de esa manera por las autoridades de mi país, Bélgica y por un tribunal
holandés.
Notemos igualmente que en la época de aquel abucheo,
el Partido de la justicia y del desarrollo (AKP) del actual primer
ministro Erdogan ni siquiera existía. Respecto al ministro Cem, a quien
se dirigía la acción, formaba parte del gobierno de coalición que
precedió la llegada del AKP al poder.
Durante aquella acción
perfectamente banal, ni siquiera pude dirigirme al ministro Ismail Cem.
Efectivamente, me contenté con lanzar algunas octavillas y gritar unos
eslóganes en dirección del público que había venido a escucharle.
Conviene igualmente precisar que entre el 28 de noviembre del 2000 y el
24 de enero de 2007, la fecha de su defunción, el señor Cem nunca
interpuso una denuncia personalmente contra mí.
Sin embargo, a
pesar de la antigüedad, la legitimidad y la ligereza de mi acción,
todavía corro el riesgo de ser condenado a 15 años de prisión, a los
malos tratos y a la tortura en caso de extradición hacia Turquía.
Otro detalle de importancia: el servicio de seguridad del Parlamento
europeo me condujo amablemente a la salida, al igual que a la joven que
participó en la acción a mi lado, sin que hayamos sido detenidos,
maltratados ni entregados a la policía.
En cambio, los medios
turcos progubernamentales se lanzaron en aquella época a una verdadera
campaña de linchamiento hacia la joven activista y hacia mi persona:
“queremos sus nombres” titulaba el periódico Star al día siguiente de la
acción.
“Ese hombre que vomita su odio contra nuestro estado, ahí lo
tienen”, se entusiasmaba el diario Hurriyet, apoyándose en una foto.
Trece años más tarde, habiendo sido absuelto en Bélgica y Holanda por
hechos que consistían únicamente en un abucheo inofensivo y un
militantismo de buen gusto, me encontré una vez más como rehén de la
justicia turca, y esta vez en España.
Por mucho que quise
explicar a los agentes españoles el carácter ilegitimo, infundado,
abusivo y absurdo de mi detención teniendo en cuenta el principio
jurídico universal del “ne bis in idem” que prohíbe abrir diligencias
por hechos ya juzgados, , tuve que someterme y pasar obligatoriamente
por todas las etapas legales del procedimiento: extracción de huellas
digitales, interrogatorio, detención preventiva, registros, esposas,
comparecencia ante un juez de instrucción, traslado en furgonetas,
esperas en la celda, encarcelamiento, aislamiento…
Tras cuatro
días y tres noches de detención, respectivamente en los calabozos de la
comisaria de Córdoba y de Moraleja en Madrid, luego en la prisión de
Soto del Real cerca de la capital española, fui finalmente liberado por
medio del pago de una fianza de 10.000 euros. Esa suma pudo reunirse
gracias a la solidaridad y al sacrificio de padres, amigos, colegas,
camaradas y de innumerables luchadores desconocidos.
Que estas líneas sirvan de agradecimiento.
Ahora, estoy obligado a responder favorablemente a cada invitación de
la Audiencia Nacional. Deberé estar presente obligatoriamente a todas
mis audiencias, o de lo contrario la fianza de 10.000 euros sería
embargada al instante y un mandato de captura sería tramitado contra mí.
Resumiendo, una suma colosal está en juego por un asunto cuyo valor no es mayor que el de unas aceitunas…
¿Por qué en España?
Si la sola mención de la palabra terrorismo suscita fantasmas y
crispaciones en un país marcado por la lucha armada independentista y la
violencia de estado, me costaba entender por qué la demanda de
extradición del gobierno turco había sido tomada en serio por las
autoridades españolas a pesar de la vacuidad evidente de mi dossier. Más
aún cuando, entre el 28 de mayo y el 17 de junio, visité cinco países
además de Bélgica y España, sin que por ello hubiese los servicios de
policía de esos países me hubiesen acosado.
El 3 de junio
visité a Nezif Eski, un detenido político en la prisión de
Fleury-Mérogis en Francia. ¿Por qué no se me detuvo entonces en
territorio francés, o mejor aún, en el recinto penitenciario? De esa
manera podrían haberles evitado a mis hijos sufrimientos crueles e
inútiles. El estado francés, además, lleva a cabo una represión judicial
por lo menos igual de salvaje que el régimen de Ankara, hacia los
militantes sospechados de pertenecer al DHKP-C. Tomemos el ejemplo de
Nezif Eski.
Está afectado por un trastorno nervioso incurable y mortal
llamado algia vascular facial. Lo único que Nezif hizo fue asistir a
conciertos, montar algún stand de información y organizar
manifestaciones autorizadas. La justicia francesa no le acusa de ningún
acto violento o reprensible como tal. En el pasado diciembre, fue
condenado por su supuesta pertenencia al movimiento revolucionario de
Anatolia, a cuatro años de prisión de los cuales tres años de prisión
firme. De naturaleza diplomático y pacifico, Nezif Eski prefirió
dirigirse a la prisión por su propio pie. La semana pasada, Nezif fue
padre por segunda vez. Sin embargo, los jueces acaban de rechazar su
demanda de puesta en libertad provisional a la espera de su proceso de
apelación.
Además, ya que sus conversaciones tienen lugar tras
una vitrina, se le prohíbe llevar en brazos o besar a su recién nacido o
a su hija de tres anos. Nezif, quien aún no ha podido ver a su hijo, se
enfrenta pues al sadismo en estado puro. La policía del estado francés,
sin embargo, ha evitado acosarme durante mis estancias repetidas en el
país. El viernes 7 de junio, me encontraba en la sede de las Naciones
Unidas en Ginebra para asistir a una conferencia sobre Siria, con la
intervención de Navy Pillay, la alta comisaria de los derechos humanos
de la ONU. Al margen de esa conferencia, me entrevisté con embajadores
de la paz sobre la repatriación de los jóvenes europeos enrolados por
sectas racistas y takfiristas en el conflicto sirio. La policía
helvética también se abstuvo de detenerme en virtud de la orden de
arresto lanzada por la justicia de Ankara.
El sábado 8 de
junio, me dirigí a Oberhausen en autocar para asistir al concierto del
grupo musical turco Yorum en Alemania, pasando por los Países Bajos. Las
policías holandesa y alemana visiblemente rechazaron lanzarse a las
hostilidades contra mí.
El sábado 15 de junio, el avión que me
llevó de vacaciones con mi familia aterrizó en Faro en el Algarve. De
ese modo pude pasar un tiempo en Portugal sin el menor problema. Al día
siguiente, la policía portuguesa me dejó partir hacia España.
Teniendo en cuenta todos esos elementos, varios días después de mi
puesta en libertad bajo fianza por el juez madrileño Bermúdez, mi
arresto en Andalucía sigue siendo todavía un enigma para mí.
¿La complicidad de Bélgica?
La otra cuestión que me atormenta concierne la eventual implicación de
las autoridades belgas en mi arresto en España al igual que sucedió con
la operación de espionaje dirigida contra mí el 28 de abril de 2006 en
los Países Bajos.
En aquella época, el estado belga intentó
deshacerse de mí, dejando la responsabilidad a las autoridades
holandesas de entregarme a Turquía. Como era de nacionalidad belga, y
puesto que Bélgica no permite la extradición de sus ciudadanos, los
agentes secretos de mi país me tendieron una trampa durante una estancia
en los Países Bajos.
Por fin, tras 69 días de privación de
libertad, los jueces holandeses ridiculizaron a nuestros Hernández y
Fernández locales, rechazando los honores de aceptar la demanda turca de
extradición con el pretexto de que el abucheo en el Parlamento europeo
no podía ser asimilado a un crimen terrorista como lo consideraba la
justicia turca.
Pude volver a mi casa en Bélgica. Respecto a la
reunión secreta del 26 de abril de 2006, cuyo objetivo declarado era mi
entrega dos días después a Turquía a través de los Países Bajos, una
investigación se está llevando a cabo en la actualidad. A la vista de
los antecedentes del estado belga en el trato hacia mi persona, mis
sospechas parecen lejos de ser fantasiosas.
Otro elemento
inquietante: la Ministra del Interior la Sra. Joelle Milquet se
encontraba en Turquía seis días antes de la reactivación por parte de
Ankara de mi orden de arresto internacional mediante Interpol.
En aquella ocasión, se encontró con Hakan Fidan, el director de la Milli
Istihbarat Teskilati (MIT), la Organización nacional de los servicios
secretos turcos cuyas actividades ilegales e incluso terroristas son a
menudo reveladas por los medios independientes y por las ONG
internacionales.
Según el blog de la Ministra de Interior y los
medios turcos, la discusión que tuvo lugar en Ankara habría tratado del
DHKP-C, el movimiento marxista clandestino del que las autoridades
turcas sospechan que yo sea miembro, lo que siempre he desmentido
formalmente.
Más turbio aún, la discusión del 22 de mayo del
2013 entre la Sra. Milquet y el Sr. Fidan parece haberse centrado en la
extradición de supuestos miembros del DHKP-C viviendo en Bélgica, lo que
sugiere la Sra. Ministra en el pasaje siguiente:
“Más allá de
la problemática de los belgas que combaten en Siria, las otras formas de
terrorismo, entre las cuales las relacionadas con los atentados del
DHKP-C, han sido igualmente evocadas, al igual que las recientes
reformas de la legislación anti-terrorista en Turquía.
Los
diferentes ministros se han puesto de acuerdo para concretar en el día a
día el acuerdo de colaboración y para reforzar vivamente su marco de
cooperación mediante intercambios constantes de informaciones,
prácticas, ayuda mutua en el ámbito judicial y policial y con encuentros
regulares, a través por ejemplo de contactos directos entre las
personas de los servicios belgas y turcos competentes.
Especialmente han decidido organizar sin demora dos encuentros
concretos, particularmente entre los servicios de policía, de espionaje y
ciertas autoridades judiciales antes del verano: uno en Turquía sobre
la problemática de los ciudadanos belgas que se encuentran en Siria, y
el seguimiento reforzado y mutuo de los dossiers, informaciones y
análisis que les conciernen; y otro en Bruselas para un intercambio de
peritaje y de informaciones entre servicios relativos a las otras formas
de terrorismo evocadas durante los encuentros.”
DHKP-C,
colaboración policial, ayuda mutua judicial, intercambios de
informaciones de peritaje en el día a día…¿Cómo no sentirse aludido
cuando el objeto del encuentro policial belga-turco se evoca de manera
tan explícita y detallada?
La Sra. Milquet no puede ignorar que
me encuentro en el punto de mira de sus homólogos turcos y que por ello
mismo, toda contribución ya fuese pasiva del estado belga a la
represión ciega del régimen de Ankara contra los opositores turcos que
viven en territorio belga, me exponen ineluctablemente a la cábala
dirigida por el estado neo-otomano contra mí.
La protección de la Sra. Milquet, única prueba de su buena fe
En una respuesta dirigida a mi colega y amigo Michel Collon, la Sra.
Milquet afirma que durante su estancia en Turquía, “en ningún momento
fue cuestión del caso especifico del Sr. Bahar Kimyongur”.
El
mismo día, la Sra. Milquet me acusó de proferir acusaciones “cercanas a
la difamación” en un artículo aparecido en Le Soir (el sábado 22 y
domingo 23 de junio del 2013), al mismo tiempo que recalcaba que ella
“no tenía nada que ver” con mi arresto en España.
En respuesta a
la reacción de la Ministra, quisiera precisar que no es necesario haber
sido citado por el nombre durante una reunión oficial para sufrir la
represión del estado turco. Efectivamente, dejar la vía libre a los
agentes del régimen de Ankara les permite importunar a quien quieran,
donde y cuando quieran.
En segundo lugar, en mi discurso
difundido por los medios belgas, no se trataba de acusar a la ministra
de ningún modo. Me contenté de manera estricta a expresar mis sospechas
señalando la presencia de indicios inquietantes de complicidad entre la
policía belga y los órganos de represión del régimen de Erdogan, quien
obstinadamente instrumentaliza el antiterrorismo para silenciar las
críticas de sus ciudadanos.
Si la Sra. Ministra quiere
verdaderamente honrar los valores humanistas del que su partido hace
alarde, tendría que haberse distanciado de la policía turca, cuya
crueldad hacia el movimiento de contestación cristalizado en torno a la
preservación del Parque Gezi en Istambul, alcanzó niveles difícilmente
defendibles.
El hecho de que, trece años después, la justicia
turca se ensañe todavía conmigo por un simple abucheo, tendría que haber
llamado la atención de la Sra. Milquet sobre el estado de la
“democracia” en Turquía. Desgraciadamente, no fue de ningún modo el
caso.
Si la Sra. Milquet no tiene nada que reprocharse de
verdad en la persecución de la que se me hace objeto sobre la base de la
orden de arresto de Interpol y contra la cual no dispongo de ningún
medio legal para defenderme, le pido que me proteja, que interceda en mi
favor cuando la policía de un tercer país quiere ejecutar la señal de
Interpol al pie de la letra.
Respecto a sus acusaciones según
las cuales mis sospechas sobre su potencial participación en mi arresto
en España rozarían la difamación, le recuerdo que el único difamado en
todo el asunto soy yo mismo, y que ella tiene una responsabilidad
personal en el asunto.
Efectivamente, el 28 del pasado mayo, la
Sra. Milquet rechazó participar en un debate público sobre los belgas
que van voluntariamente a combatir en Siria, con la excusa de que yo
figuraba entre los oradores. El boicot de la Ministra contribuyó a
reforzar la imagen que dan de mí las autoridades turcas, la de un
terrorista y un individuo intratable.
Finalmente, el 13 de
junio, la radio pública belga nos reunió, a mi costa, en torno a un
debate sobre los jóvenes voluntarios belgas que combaten en Siria. Al
otro lado de la línea telefónica, la Ministra del Interior, la Sra.
Milquet, me atacó por mi compromiso en ese tema, acusándome de ser un
simpatizante del gobierno sirio.
Yo le hice notar que su
gobierno apoyaba a Al Qaeda en Siria. Aquel incidente verbal tuvo lugar a
penas cuatro días antes de mi arresto en Córdoba.
Estaríamos tentados de creer que la Sra. Milquet organizó mi interpelación en España para vengarse de mi comentario insolente.
A pesar de nuestras divergencias políticas persistentes, personalmente rechazo sostener tal acusación.
Además, el pasado 20 de junio, interpelada por el ecologista Benoit
Hellings en el Senado, la Sra. Ministra juró no haber jugado ningún
papel en mi arresto en Córdoba.
Tomo nota.
Tras 13
años de criminalización, la Sra. Ministra entenderá fácilmente que para
creer en su sinceridad, pido una protección activa contra toda tentativa
de extradición hacia Turquía.
Es lo mínimo que la Sra. Milquet debe garantizarme si considera que soy un ciudadano belga, libre e inocente.
Bahar Kimyongür, 8 de julio 2013
Véase también:
Bahar, ¿acusado de qué?
Fuente: Investig’Action, michelcollon.info
Traducido por Alex Anfruns